miércoles, 10 de febrero de 2010

Invitación inesperada

“Hace tiempo que no asisto a una boda” le digo a un compañero de trabajo, y tomando aire, resoplando y sonriendo a la vez, me responde:

- ¿Tienes un ratito? anda, pues toma asiento y escucha:

Cuando yo era más joven… (¡Uy!, esto suena a batallita…), estando en mi pueblo, de vacaciones, me encontré casualmente con un antiguo compañero de la mili. Mejor dicho, él me encontró a mí. Me reconoció casi de inmediato, a pesar de mi calvicie más que incipiente y evidente.

El conocido me abordó en mitad de la calle diciéndome:

- “¡Pero qué alegría verte, después de tantos años! Estás igual que siempre”. Seguro que sí, pensó él.

Después de los consabidos saludos, mi compañero, todavía no sabía de qué le conocía, hasta que el conocido se puso a relatar las famosas batallitas de la mili. En ese momento su cerebro empezó a registrar una sospechosa alarma: éste quiere algo…

Y como quien no quiere la cosa, se vio diciéndole a casi un extraño, que sí, que iría a su boda. Aceptó sin tener en cuenta los detalles y consecuencias que traería esta invitación.

Entre los detalles a tener en cuenta, estaba en primer lugar su novia.

Y me relata así:

“¿Cómo le explico a mi novia, que nuestra primera salida de vacaciones, va a ser a una boda de un conocido, a 1000 kilómetros de distancia y que no podemos quedarnos este año en las fiestas de su pueblo? Porque mi novia, no se ha perdido ningún año las fiestas de su patrona. Esta decisión que tomé por los dos, casi nos cuesta un disgusto, y puso a prueba nuestra iniciada relación.”

Yo pensé, que fue un poco incauto e inocente, al no tener en cuenta la opinión de su chica, antes de dar una respuesta definitiva. Actitud, que él mismo reconoció, eso sí, con mucho sentido del humor.

Superado el primer y gran escollo: soltar la noticia a su chica, se ponen en camino una tarde de agosto, rumbo a una ciudad andaluza, para comprobar en situ, los rigores del astro sol.

El viaje no tuvo especiales incidencias, salvo una multa inesperada que le plantó una simpática pareja de guardias civiles. El viaje se animaba… Al llegar al hotel, llama a su amigo, mejor dicho, conocido y presunto novio, ya que el hotel no tenía pinta de mucha celebración: ni carpa, ni restaurante preparado para el evento, nadie sale a recibirlos…Aquello pintaba mal, el caso, es que ya se habían registrado y con la maleta a punto de coger el ascensor, recibe una llamada del novio. Éste le dice que dónde se ha metido, que lleva una hora esperándole en la recepción del hotel, a lo cual el invitado, sólo atina a decir que él también está en el hotel…

Tras este breve diálogo de besugos, la pareja asume que ése no es el hotel, que la boda no se celebra en la ciudad, sino en un pueblo encantador de la sierra, a unos 100 kilómetros de allí.

A mi compañero, le empieza a recorrer un sudor frío y tiene la tentación de acordarse de toda la parentela del novio.

Todo sea por la boda y por un conocido. Resuelven el entuerto, anulan la reserva del primer hotel y se ponen de nuevo en camino.

Parece que todo vuelve a la normalidad, pero nada más lejos de la realidad: el esperado banquete, no llegó o al menos así le pareció a nuestra pareja de invitados. Más bien, fue un pequeño piscolabis, sacado de un anuncio de congelados.

Mi compañero empezó a valorar la posibilidad de rebajar la cuantía del sobre que iba destinada a los novios. Empezó a hacer cálculos de lo que le había supuesto el asistir a la boda: gasolina, multa, hotel, y la bronca de su pareja, que eso sí que no tiene precio…Así que ni corto ni perezoso, con un arte propio de un bandolero andaluz, abrió el sobre y retiró una importante cantidad.

Ya en los postres, cuando el novio se acercó a saludarlo, éste se emocionó y le dio las gracias por haber asistido, reconociendo que no esperaba que hubiese asistido a su boda.

Mi compañero, pensó, que el que no daba crédito, era él mismo, por haber hecho el panolis en toda la extensión de la palabra.

Cuando le pregunté cómo fue capaz de retirar dinero del sobre, delante del resto de invitados, con los cuales compartía la cena, me dijo que la vergüenza que podía quedarle, la perdió de camino a la boda. Que si le daba vergüenza algo, era algunas bodas que terminan convirtiéndose en un auténtico negocio para los novios, una especie de cuenta abierta para ir cubriendo gastos postmatrimoniales.

Después de relatarme su experiencia, me aconsejó que pensase muy bien antes de aceptar una invitación. Y aquí sigo, pensando que hace tiempo que no asisto a una boda. Mejor así…











2 comentarios:

  1. ¿No es tu compi algo desmemoriado? No acordarse del compi de la mili ni del lugar de la celebración suena raro raro.
    También parece tu compi algo atrevido: si no se acordaba de él, ¿para qué ir a la boda de un desconocido, poniendo en peligro, además, la excelente relación con su chica?

    Haces bien en pensar si aceptarás esa invitación. Seguro que tomas la decisión adecuada, tienes la cabeza muy bien puesta :)

    ResponderEliminar
  2. Un poco despistado, diría yo.
    El relato que me hizo, no tiene desperdicio. Aunque un poco exagerado, no deja de tener su gracia.
    De momento no pienso asistir a ninguna boda, por lo que pueda pasar...
    Besos

    ResponderEliminar